La mayoría de las personas desprecia esos momentos en los
que parece no suceder nada importante. Momentos, quizá, en los que no se
divierten o no experimentan ninguna emoción. A mí, por el contrario, no me
gusta menospreciar estos instantes cortos, hueros, que algunos llamarían “momentos
muertos” o “momentos vacíos”. Para mí, es todo lo contrario: los grandes
momentos, las grandes historias, las mejores experiencias, se nutren de estos
instantes minúsculos, fugaces, que pasan casi sin dar testimonio, y hacia los que
hay que estar muy atento para poder sentirlos, y claro está, para entenderlos.
Sólo las personas que tienen una sensibilidad más fina, atenta y perspicaz
pueden sentir la plenitud de estos momentos que para otros son irrisorios.
Momentos que se pierden en el tiempo y que su misma perennidad los condena a
ser olvidados, a no existir.
Pero yo he aprendido de una persona muy especial que los
pequeños momentos son los que cuentan. Sobre todo los momentos pasados junto a
ella.
Todos los pequeños momentos sumados forman grandes historias.
Y si estás atento y sabes encontrar los indicios que te llevarán a un nuevo
paradigma de las emociones, incluso serás capaz de crear, de crear emocionantes
aventuras que te adentrarán en sus propios mundos oníricos. Y esa es la
grandeza de la literatura: poderte adentrar, mientras creas, en ese mismo mundo
que ha nacido de ese estímulo cazado al vuelo, como una quimera incauta e ilusa
que pensó que todos los humanos somos iguales. De ese mínimo estímulo que ha
surgido en un momento irrisorio, y que de esa sensación, esa emoción, ese
sentimiento, ha nacido todo un cúmulo de emociones, una gran historia o todo un
mundo de fantasía y aventuras. Y es que la literatura, una historia, no nace de
grandes extravagancias, de filosofías baratas que hablan de morales caducas e
inservibles, o de ostentosos tejidos hilados por complejas ideas cargadas de
simbolismo e intenciones; las historias tienen siempre un origen minúsculo,
irrisorio, invisible a los ojos de quién no es artista, que se enciende muchas
veces imprevisiblemente.
Y de ese chisporroteo de emociones, si se sabe alimentar
bien su fuego con el carburante de nuestra imaginación, nacen todo tipo de
historias. Y es que para que nazca una nueva historia sólo es necesaria una
chispa, nuestra imaginación, la memoria y mucha creatividad, o sea, capacidad
de invención.
Las historias más extraordinarias son las que han nacido en
estos momentos imprevisibles, en los más irrisorios: sentados arriba del todo
del hueco de las escaleras, escuchando el incesante empuje del viento en la
puerta, o sus golpes frenéticos contra las ventanas; en un banco de piedra
donde nada sucede, el ambiente arbóreo y sombrío está callado, pero entre sus
sombras multitud de criaturas de un mundo oculto transitan arriba y abajo sin
cesar; o tumbados en un sofá recio y áspero entre decenas de copas manchadas de
carmín y alcohol fundido en las venas. Ella está a tu lado. El momento es
perfecto. Quieres protegerla y amarla, y le acaricias el pelo observando su
expresión llena de paz. Pero de pronto se abre un nuevo mundo hostil, pero
entrañable, lleno de peligros y de maravillas. Y entonces es cuando tienes que
desenfundar tu pluma, y tu espada, y dejarte llevar hacia el interior de ese
mundo donde miles de aventuras aguardan. Con ella.
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