Antecro
El taxi que conduce, recompuesto
con piezas nuevas, le ha hecho olvidar el fatal accidente que truncó su
existencia. No obstante, sigue llevando a gente sin rostro a un destino baldío.
Sus manos tiemblan en el volante.
El frío siempre rodea las sombras que suben al asiento de atrás.
Cuando termina el último viaje, lleva
el taxi al garaje central. Entrega el puñado de peniques de oro al capataz y se
toma una copa en el bar.
—Pareces abatido —le dice una voz
carente de gracia.
—Salud.
Y ahoga su soledad en una
ensoñación hacia la próxima jornada donde el taxi le espera en una nocturnidad
que no termina.
Tiluje
Una mujer corre bajo una atroz
tormenta que se llena de cólera por encima los hoscos tejados de la ciudad. Los
rayos cortan las tinieblas con una luz que atrae fantasmas.
En una cabina telefónica hace una
llamada. En sus ojos estallan las lágrimas. Su figura de blanco impoluto corre
por la helada acera hasta que encuentra el taxi.
Antecro
Estaciona sobre la acera, y el coche
se sacude. Se le acelera el corazón al observar una mujer vestida de boda, en
esa callejuela helada y taciturna como el resto de la oscura ciudad.
La mujer titubea. Él baja la
ventanilla.
—¿Sube? —un susurro atemorizado.
Tiluje le observa con tristeza.
—Sí, sí.
Antecro y Tiluje
Ella mira la ficha del conductor.
—¿Te llamas Antecro? —la pregunta
empaña los cristales, como una niebla profunda.
—Sí, es mi nombre.
—¿Qué has hecho hoy? —y esboza
una sonrisa amarga.
—¿Disculpe? —en el retrovisor, Antecro
se turba al ver el rostro de la mujer tan pálido como su vestido.
—Yo… —reprime un singulto—, ya lo
ves —y levanta un pliegue del vestido con uno de esos gestos que tratan de
esconder el dolor más hiriente.
El trayecto sigue en silencio,
hasta que ella se inclina hacia el asiento del conductor.
—¿Qué me cuentas de ti? —las
sílabas de cada palabra flotan en un mar de dudas.
Antecro siente el corazón
desbocado. Tras unos instantes su voz emerge forzada: —Sólo soy taxista… ¿y
usted?
—Yo —baja la mirada con una mano
en el pecho— soy Tiluje, vivo en Oregón, ¿lo conoces?
—¿Una muchacha de los verdes
prados y los cristalinos arroyos de Oregón por esta ciudad inmunda? —La frase
le surge con una facilidad sorprendente—, estás muy lejos de tu hogar.
—Mi hogar —repite ella, y esconde
una risita triste bajo la mano.
—¿Qué le hace gracia? —su mirada
saltando nerviosa al retrovisor.
—Nada… es la primera vez que lo
dices.
—¿La primera vez? No, no
entiendo… —el corazón se calma, las manos dejan de temblar en el volante—, ¿le
conozco?
Se hace un silencio donde el
ronroneo del motor sólo se mezcla con el crujir de las ruedas.
Tras esa pausa los dos ríen.
—Quizá —responde ella.
Cada vez que Antecro la mira, sus
ojos resplandecen.
Y se ponen a charlar sobre el
teatro de los treinta y de un lugar llamado Broadway. La conversación les lleva
a una casa a las afueras de Portland, a los atrapasueños y la artesanía que
ella elabora.
Una sonrisa desconocida se dibuja
en el rostro de Antecro. Las luces parpadean, la mirada de Tiluje brilla con
emoción, el motor expulsa un ronquido fuerte, el taxi se oscurece por un
segundo y cuando Antecro mira atrás, el asiento está vacío.
Su corazón helado sólo lo impulsa
a vagar su mirada por el exterior.
—¿Hola? —repite varias veces.
Se seca el sudor de la frente y
huele a quemado cuando sube el desvalijado interruptor del aire caliente. Vuelve
atrás por una callejuela que parece una vieja foto en blanco y negro, baja del
taxi y siente un viento descorazonador traspasar su abrigo.
Antecro
En el garaje discute con el
capataz. Los otros trabajadores se ríen y él se deja llevar por brazos ajenos
que rodean su hombro frente a una botella de whisky.
—¿Qué ha pasado? —se dice en voz
baja.
Tiluje
Hace una nueva llamada y su
vestido níveo resplandece entre la oscuridad de la sucia metrópoli. Cuando ve
el taxi, vuelve a llorar.
Antecro y Tiluje
La manivela chirría al girar.
—¿Sube?
—Sí, perdona…
Una sensación llena de temor a Antecro.
Por primera vez tiene una
conversación con un cliente, y en una callejuela cenicienta, cuando los dos
sonríen y las lágrimas emergen de los ojos de ella, todo se apaga por un
instante y el asiento de atrás queda vacío.
Antecro
—¿Quién es ella? —las palabras
martillean en una barra llena de copas y whisky.
Noche tras noche la misma
pregunta.
Antecro y Tiluje
Corriendo en el viejo taxi, las
sonrisas se tornan cómplices. Un rayo cae furioso sobre un poste telefónico. El
coche se levanta por detrás con el impacto; al caer, los cristales se rompen y
cortan el rostro de ella. Antecro se gira y le coge la mano.
—¡Juliet! ¿Estás bien? —la
ansiedad en su voz.
Los ojos de ella se abren con una
emoción desbocada.
—¿Te acuerdas? ¡Recuerdas mi
nombre!
—Eres tú… eres Juliet…
Se cogen de las manos y una
calidez llena sus rostros.
—Antecro, ya se acerca, viene a
por mí… debo huir… por favor, ¡no bebas el whisky!
Antecro
—¿Qué está pasando? ¿Quién es
Juliet?
En la mano una copa de whisky. En
las perturbaciones del ocre interior, un rostro cada vez olvidado.
Antecro y Juliet
En la soledad de una copa todavía
llena, se refleja un taxi dejando atrás una bocanada de humo y agitarse en las
oficinas la sombra del capataz.
Juliet vuelve a llamar y corre
bajo la tormenta enfurecida.
Cuando Antecro frena en seco a su
lado, ella libera el chirrido de la puerta del copiloto y entra.
—¡Nos íbamos a casar! —grita él
entre lágrimas.
—Pero tuviste un accidente…
El abrazo rompe todos los moldes
de esa fría eternidad en un reflejo baldío de un mundo dejado atrás.
—¿Quién soy?
—¿No lo entiendes? Ahora eres el
Barquero…
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