
1. Por
ejemplo, en estos dos casos, prácticamente no se aprecia ningún cambio de matiz
entre poner el adjetivo delante del nombre o detrás:
Un intrépido caballero de la corte / Un caballero intrépido
de la corte (de las dos formas entendemos que el caballero es intrépido, no hay
diferencias en un orden u otro)
Nos estábamos volviendo locos en ese extraño castillo / Nos
estábamos volviendo locos en ese castillo extraño (En este caso, lo mismo.
Entendemos que el castillo es extraño, nada más.)
2. Pero,
en estos ejemplos que siguen, sí que se pueden apreciar las diferencias de
matices entre un orden u otro:
A la siguiente cálida mañana / A la siguiente mañana cálida
(En la primera forma entendemos que se refiere a la mañana siguiente, que
además es cálida. En cambio, en la segunda forma entendemos que indica que la próxima
mañana que sea cálida, no necesariamente la que viene a continuación, sino que
podría ser la mañana dentro de tres días. Poner el adjetivo “cálida” detrás del
nombre da un matiz diferente a ponerlo delante.)
La verde y ágil rana saltó / la rana verde y ágil saltó
(Aquí, el cambio de orden, da una diferencia de matices
bastante apreciable. En el primer caso, los adjetivos son enfatizados delante,
se remarca que esa rana es verde y ágil. En cambio, en el segundo caso, los
adjetivos detrás pueden insinuar que hay más ranas donde está la verde y ágil.
Quizá hay una morada y perezosa, una azul adormilada, etc. Y al poner los
adjetivos detrás, estás diciendo que esa rana, concretamente esa, y no otra, es
la que saltó.)
Así que, con esto, podemos ver que al igual que en las matemáticas en la escritura el orden también altera el significado de las oraciones.
3. Otro
ejemplo:
Débil aspecto / aspecto débil
A ese chico se le vislumbraba
una débil apariencia de campesino, detrás de su aire sofisticado.
(Con esto se
dice que se le vislumbra “ligeramente una apariencia de campesino” o que “tiene
una débil, sutil, ligera apariencia de campesino”.)
A ese chico se le vislumbraba
una apariencia débil de campesino, detrás de sus posturas enérgicas, que sólo eran
una fachada.
(Con esto se da otro golpe de
efecto que en el anterior caso. La sensación es muy diferente. Aquí se da a
entender se deja percibir que al chico se le vislumbraba “débil, flojo”.)
Cómo podemos ver en todos estos
casos, la adjetivación tiene más secretos de lo que a simple vista parece. Por
eso, adjetivar “a suertes”, azarosamente, “a la babalá”; puede salir bastante
mal. Además de que, si no adjetivamos bien, si no entendemos que la gracia de
la escritura son los matices y los detalles, de tu ejercicio puede resultar un
relato plano, soso, sin ningún estímulo ni ninguna gracia para el lector o la
lectora.
Todo escritor y toda escritora
debe ser también un/una arquitecta de la lengua. Estar atenta y concentrada en
todo lo que transmite y en las sensaciones que da con cada una de sus frases. Captar
los matices, saber insinuar, matizar, colar hilos argumentales secundarios con
sutileza, o cosas que pasan en “segundo plano”.
La escritura es un proceso lleno
de variables, y tanto los matices, las sutilizas, los detalles, las tramas
secundarias o la implicación de los sentidos es esencial. Esas personas que
escriban una historia tal y cómo les sale, nunca acertarán. Los relatos hay que
planearlos, esquematizarlos, construirlos, hacer fichas de sus personajes,
detallarlos antes de empezar a escribir, etc, etc. En definitiva, que además de
ser escritores y escritoras, debemos ser también arquitectos.
En la vida real, esto se parecería a la monotonía de una carretera recta, sin apenas variaciones; o a la diversidad, al contraste, al baile de emociones y a la diversión que le proporcionaría a un corredor de rally una carretera llena de curvas, de tramos asfaltados que se alternan con tramos de tierra, subidas y bajadas… etc.
La diferencia entre un relato
mediocre y uno original y notable, radica en eso. Lo importante no es tanto lo
que cuentas, sino más cómo lo cuentas.
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